Los peregrinos caminan sobrios y contenidos más de veinticinco
kilómetros desde Arica por la carretera de Lluta hasta llegar al interior del
pueblo de Poconchile, a la explanada encementada de cien metros que termina en
el popular templo católico de la Virgen de los Vericuetos sacramentados. La enorme
imagen, con sus manos abiertas e inmenso amor, espera a sus leales hijos
espirituales. Los devotos transitan estos cien metros con una vela en cada mano
y de rodillas o a pie, rezando con una infinita confianza el avemaría y los
otros rezos marianos, con la lengua un poco seca y el espíritu elevado. El
caporal en la fiesta le pregunta al ansioso y esperanzado rebaño por micrófono:
-¿Quién es la Madre de Dios, de la Iglesia y de los hombres?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
-¿Quién es la Reina del cielo, el Perpetuo Socorro y nuestra
Protectora?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
-¿Quién recibe a los afligidos, cansados y cargados?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
-¡Gloria al unigénito de Dios!
-¡Gloria al primogénito de María! –responde la grey.
-¿Quién es la que nos lleva a Dios, con su tierna mano?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
-¿Quién nos ama incondicionalmente y nos acepta como somos y sin
reproches?
-¡La Virgen de los Vericuetos!
Con una impresionante claridad de mente, la incondicional asociación
de “Los veneradores descalzos y sangrantes de los dolores píos de la Virgen de
los Vericuetos sacramentados”, sólo le canta, le baila y le reza a ella, la Santísima
Virgen, sin oscilaciones y sin desorientarse. El público creyente hace lo
mismo. Todo lo demás es tenebrosidad. En su casto y maternal nombre residen la
paz, las bendiciones, la sanidad y la seguridad del alma, totalmente. Todo lo
otro es verborrea falaz. Por ella todo, y para ella absolutamente todo. Después
de tres días de alabarle de todas las formas posibles e inimaginables y sin
complejos, los devotos vuelven a la ciudad renovados, serenos, rejustificados,
fortalecidos y un poco más santos, musitando las glorias de María. Las
ocasionales burlas de los incrédulos y de algunos miembros de otras confesiones
religiosas sólo incrementan la fe en la Madre, que es a la única que invocan en
la carestía o en la angustia, con sublime franqueza y sin dudarlo. Los marianos
sensatos y comprometidos le entregan a ella su alma y su ser, de rodillas y con
fe. Cada ocho de diciembre la Virgen es ensalzada de corazón, como es debido,
por su rebaño incondicional, que sólo la mira y le reza a ella, sin excepciones.
Estando presente el nombre de María, nada más se necesita.
-¿Quién es el Trono de sabiduría que está sobre todos los ángeles y
santos?
¡La Virgen de los Vericuetos! – responde la romanizada grey.
-A la Madre del mismísimo Dios la tratan, porque se lo merece, casi
como una diosa, aunque todos concuerdan que no lo es, claro está. Mucho cuidado
con las malas interpretaciones.
-¡Gloria al unigénito de Dios!
-¡Gloria al primogénito de María!
Este pueblo está atado al amor de la Santísima virgen, y sólo dependen
de ella, y todos los devotos lo saben, y no miran para el lado. Es María, la
Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos
sus peligros y necesidades, sin particularidades. Entonces los católicos leales
no necesitan nada más, a nadie más.
¡Viva la Virgen de los Vericuetos, nuestra Madre!
¡Viva!.
DEL
BLOG ÍNDICE “LAS SOTANAS DE SATÁN”
No hay comentarios:
Publicar un comentario