Con tanto tiempo vendiendo tumbas en mi funeraria “El adiós definitivo” pienso
que soy un experto más en el área de la eternidad. El silencio del cadáver
adentro del cajón es estremecedor, subliminal. Cada cliente mío se convertiría
en un ángel en una residencia a la cual ingresan según el respeto que tuvieron
a los principios de su conciencia. Si expiró en paz con Dios, consigo mismo,
hoy sería un corista más entre los serafines. Después de cada tragedia, la vida
continúa. Ningún pasajero de este tren es indispensable. De la maternidad a la
funeraria, con un ataúd que es el epicentro de los por que. Comienza una nueva
vida sin fin. Hay algo en nosotros que nunca muere. La semilla se planta en
esta dimensión. El cliente tieso ya posee la sentencia superior, sin una corte
de apelaciones o influencias. Para el que dejó de respirar todo es
irreversible. Interpretaré adecuadamente los ademanes de la eternidad. Por
bueno que sea el servicio funerario el usuario no regresa. Todos terminamos
tiesos, en posición horizontal, y no hay nada más en esta dimensión,
independiente de los mitos y dioses. Todo lo que no fue ya no fue. Todas las
cosechas de lo sembrado se anidan dentro de un cajón de madera, que es la
portezuela al infinito. Las pasiones y las mentiras expiraron y rebobinar es
imposible. Reeditar lo razonado y lo obrado es ridículo. Como vendedor aprendí
que perece lo que se ve y que la muerte es propiedad de cada uno y que cada uno
la administra libremente, ya que es una intimidación, el mayor de los desafíos.
No sucumbiré en el lugar de otro. Todos fallecemos una sola vez, y generalmente
es involuntario. Casi nadie se apura. La caprichosa vida se va de las manos en
menos de un minuto. El cementerio es una parada ineludible. Nacemos y nunca
dejaremos de existir. En el vientre de la madre hay vida, vida eterna. Algunos,
los que guardan el precepto divino, esperan su fin con regocijo, calmos. En
ellos la vida cierta y bienaventurada comienza con la muerte. El cajón no los
aterroriza, curiosamente. A otros hablarles de su catafalco es sinónimo de
angustia, de dudas, de preguntas circulares veloces, en rostros arrogantes que
no vacilan, con una irreverencia que también es eterna. Consultarle al
fallecido detalles sobre su nueva vivienda es insostenible, aunque me da la
impresión en algunas ocasiones de que pretenden comunicarse conmigo y no pueden,
tal vez para entregarme alguna advertencia, o tal vez yo estoy aburrido entre
tanto muerto y alucino. El ser humano mastica e intenta digerir la defunción,
que es su número final. Ni mil obras de arte lo explicarán. El cuerpo es una
ropa transitoria que se deteriora, de un alma que es eterna. El cuerpo no lo es
todo y no es el destino último del ser convertirse en arena. La presencia del
ser humano sobre la tierra es más profunda y compleja. Ese tal juicio final
posee sentido. El que robó sin castigo alguna explicación dará. Los gusanos se
alimentan de una fracción del ser, que ya no sirve. Vencer a la muerte es el
gran anhelo, liberar al alma de sus pasiones y cadenas el gran objetivo. El
alma es la identidad del ser, su puerta de escape, y a veces da la impresión de
que algunos fallecen antes de partir, y deambulan por las calles con la expiración
o la tragedia en el rostro. La muerte no discrimina, a todos los cita por igual,
y ninguna reacción es idéntica a la otra. No se deja impresionar por los
carnavales o atrabiliarios. La vida después de la muerte es parte del ser, de
un ser que es eterno, con las exequias como el paso más determinante. Con la
defunción el hombre no deja de caminar, sólo se cambia de hacienda. La
reflexión sobre la muerte nos hace distintos, religiosos, trascendentes. Sin la
presencia de la muerte y del dolor no seríamos nada. El funeral hace la gran
diferencia.
Ingresa una señora a la funeraria a realizar consultas.
-Estimado vendedor, buenas tardes. Ha fallecido mi santa madre y deseo
un servicio funerario completo. Sólo tengo el certificado de defunción del
médico.
-Buenas tardes señora, mi nombre es Dagoberto. Efectivamente el servicio
funerario es completo e incluye los trámites en el registro civil, en el
cementerio, el cortejo y la organización en general. Mi más sentido pésame por
el fallecimiento de su señora madre.
-Mi mamá lo era todo en nuestras vidas, en la mía. Con sus ochenta años
se preocupaba de mí como si fuera una adolescente. Hasta dos horas antes del
infarto me daba consejos de todo tipo. Éramos almas gemelas. Tengo sesenta años
y nietos y ya me siento una huérfana. Ya no soy la misma, algo de mi persona se
fue con ella.
-Señora, he aprendido con los años que el dolor más grande es la pérdida
de la madre. En algunos hijos el dolor es insostenible. Hay un hilo
indestructible que nos ata a lo que nos crea.
Se iba la madre, el amor a ella se quedaba acá, porque el amor vence a
la muerte, trasciende. El dolor y la muerte golpean al amor mas no lo derrotan
jamás. La muerte es un súbdito del amor. Dios es amor. La señora continuó su
vida con normalidad, con la esperanza de reencontrarse con su santa madre unos
años más tarde. Mediante la fe, el Creador instala en el alma humana, una genuina esperanza eterna, que brota de una
cruz, de la redención. La defunción, al igual que la naturaleza humana, siempre
nos sorprende.
FIN
Del blog índice “LAS SOTANAS DE SATÁN”
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