Cuento
materialista.
Un
singular y curioso indigente es atendido por la asistente social de la
municipalidad, por beneficios sociales.
-Buenos
días señor, dígame su nombre –pregunta la asistente.
-Buenos
días señora, me llamo Diego Larraín –contesta el recurrente.
-Dígame,
¿cuál es su necesidad más inmediata?
-Necesito
que me paguen el arriendo de una pieza y me den alimentación, si fuera tan
amable.
-¿Dónde
duerme usted?
-Yo
duermo en la calle en estos momentos, debajo de unos cartones y vivo con
hambre.
-Entonces,
¿usted es un indigente? ¿Cómo se definiría?
-Pues
bien, yo me definiría como un absoluto insolvente, sin patrimonio alguno ni
futuro.
-¿Usted
posee estudios?
-
Sí, llegué hasta el segundo año de castellano en la universidad.
-¿Y
qué sucedió con sus estudios?
-Perdí
mi carrera por algunas decisiones irresponsables e inoportunas. Todo ha sido
una dura lección.
-¿Cuáles
decisiones irresponsables don Diego?
-Bueno,
no estudié lo suficiente, y en vez de trasnochar con los libros de gramática,
bebía y me divertía con mis amigos, que tan amablemente me invitaban a las
discotecas y disímiles sitios de esta bella ciudad. Como tuve una niñez con
privaciones suponía que debía aprovechar cada segundo que la noche me regalaba.
Calculé mal las consecuencias y me expulsaron de la facultad por mi bajo
rendimiento. Me faltó una décima para aprobar la asignatura fatal y fallé, y
adiós carrera. No es la primera vez que decepciono al destino.
-¿Es
usted casado?
-Sí,
soy casado con una maravillosa mujer que se llama Lucrecia.
-¿Y
dónde está ella?
-Ella
está en su linda casa al lado de su padre, atendiendo la lavandería. Nos
separamos hace una semana, por decisión de ella.
-Ella
duerme en una casa y usted en la calle hace una semana. Si es una maravillosa
mujer, ¿por qué se separó?
-Yo
no me separé, ella me arrojó a la calle. La casa, la lavandería y todo lo demás
son de propiedad de la familia de mi esposa. Yo nada poseo, soy un insolvente
total. Esa es la dura realidad y lo reconozco.
-¿Por
qué ella lo arrojó a la calle tan repentinamente?
-Bueno,
fui sorprendido en un desliz.
-Déme
más detalles. No le entiendo. Debo realizar una evaluación social profesional.
-Sin
avisar y muy velozmente mi esposa ingresó a la bodega de la lavandería, parece que
algo sospechaba, y me vio besándome con la joven y encantadora Carolina. Tuve
que devolverle las llaves del automóvil y todo lo demás y me botó de la casa en
el acto. No alcancé ni a almorzar. Nada poseo hoy.
-¿Qué
sucedió con Carolina?
-Fue
despedida inmediatamente y pasa también aprietos económicos. Es una madre
soltera, esforzada y pobre.
-¿Qué
sucede hoy entre ustedes dos?
-Mi
amorío con Carolina concluyó, era lo más recomendable. Me gustó desde que la
vi, no pude evitarlo. Con mis bolsillos vacíos no puedo invitar a nadie a
ningún lugar. Lo ocurrido fue una dura lección.
-¿Ha
intentado volver con su esposa?
-A
Lucrecia le supliqué, le rogué que volviera conmigo. No hubo caso y llevó una
semana durmiendo en la calle como un perro, con muchísima hambre.
-¿Qué
le contestó su esposa cuando le pidió volver?
-La
verdad es que Lucrecia me comunicó con firmeza que si me aparecía otra vez en
la casa o en la colindante lavandería, me iba a enterrar un cuchillo en el
vientre. Ella es una mujer de carácter.
-¿Y
por qué fue infiel a su amada cónyuge?
-Es
que cuando tengo los bolsillos vacíos ella no se excita.
-¡¿Qué?!
No entiendo nada. Explíquese.
-Mire,
es un problema sicológico. Ella intimaba conmigo sólo una vez al mes, cuando me
pagaban, y nada más. Como es una niña mimada, cada vez que tenía una pena o dificultad
el papá le pasaba dinero y asunto arreglado. Ha sido así desde que nació y yo
supe esto estando ya casado. Los bolsillos vacíos no la excitan y pequé.
-Está
bien, le pagaré el arriendo por dos meses más algo de alimento. Que le vaya
bien. Es primera vez que escuchó un caso como este. Sus argumentos son
insólitos.
-Muchas
gracias por su misericordia.
Diego
vivía como el indigente que era y deambulando por las calles ingresa a una
parroquia católica con gente y se dirige al confesionario, previa fila.
-Padre,
quiero confesarle algo importante y un poco irracional.
-Dígame
hijo, con confianza.
-Me
estoy divorciando de mi mujer.
-Eso
es grave. ¿Por qué?
-Porque
ella no quiere intimar conmigo más seguido.
-¡¿Qué?!
Explíquese. No entiendo nada –el cura pone una cara agria.
-Mi
esposa sólo se excita cuando tengo dinero en los bolsillos, una vez al mes. Y
una vez al mes para mí es muy poco padre, y entonces pequé, con una compañera
de trabajo. Estoy angustiado.
-Sigo
sin entender nada. ¿Su esposa está enferma de algo?
-Lucrecia
mi esposa siempre ha sido una malcriada y sin dinero en los bolsillos no se
motiva en ningún área de su existencia. El padre lo solucionaba todo con
dinero. Es más, ella no hacía sus tareas escolares si el papá no le pasaba
algunas monedas, desde niña. Y como a mí me pagaban una vez al mes, nos
acostábamos una vez al mes, y aquí estoy, podrido entero. Me sorprendió en el
pecado del adulterio, por mi déficit sexual, y me echó de la casa. Mi amante
temporal también perdió su empleo. La empresa es propiedad de mi suegro. No sé
que hacer, ¡estoy desesperado!
-Entonces
hijo mío, usted dependía económicamente de su esposa y de su suegro.
-Sí
padre, así era, cumpliendo mi jornada laboral eso sí.
-Y
si eras un mantenido, ¿por qué no se portó bien, con ayunos y plegarias?
-Padre,
compréndame, sexo una vez al mes es muy poco, es cruel. No me pude aguantar, y
me abalancé sobre otra mujer.
-Bueno
hijo, está bien. Te perdono tus pecados.
-¿Cuál
pecado padre?
-Tu
adulterio.
-Usted
piensa que yo soy el culpable de mi infidelidad. Le expliqué bien mi situación
y usted cree ahora que ofendí a Dios. Usted es injusto conmigo. Quiero algo de
la justicia divina.
-La
infidelidad se materializó. Si no quería confesar sus pecados, ¿por qué ingresó
al confesionario?
-Quería
conversar con alguien y vi la parroquia abierta al público.
-Te
perdono tus pecados. Como penitencia rezarás cien padrenuestros, por porfiado,
y le pedirás a tu esposa que regresen.
-Lucrecia
me va a matar, me va a enterrar un cuchillo en el vientre.
-Vaya
donde su esposa y después me cuenta.
-Padre,
le obedeceré. Gracias por su tiempo, y si estoy vivo volveré.
Después
de darle mil vueltas por tres días, se acerca a su ex casa sigilosamente, con
contundentes temores dentro de sí. Lucrecia, que no era bonita ni nada
parecido, lo vio desde la puerta de la lavandería y empezó a caminar raudamente
hacia él, y por su sonrisa Diego supuso que algo bueno ocurría y se quedó
quieto.
-Hola
Diego –no había ni cuchillos ni cóleras.
-Hola
Lucrecia, quería conversar contigo e intentar arreglar todo, volver.
-No
te preocupes más, todo terminó. Me aburrí bastante estando sola también.
Hablemos en nuestra casa –que era una extensión independiente de la casa del
papá - y le da un pequeño beso en la boca como bienvenida y caminan.
-Lucrecia
–sentados en el sofá- yo sé que me equivoqué y que soy culpable, pero si no
entiendes que tener intimidad una vez al mes es un crimen, me voy de inmediato
y te evito otro arranque de furia.
-Diego,
lo que hice fue grave, lo sé, lo sé. Mi madre y mis amigas me lo reprocharon
hasta con insultos. Tal vez deba ir a un siquiatra. Ya hablé con mi papá y la
solución es que te dividan tu salario mensual en cuatro, y así todos los viernes
nos encerramos en nuestro cuarto, que va a ser nuestro nido de sexo cada fin de
semana. Te lo prometo. No te fallaré, con erotismo incluido.
-Lucrecia,
gracias por ayudarme. Obviamente el escenario que me presentas es agradable y
tentador. Una vez a la semana es todo un edén, comparado con la mazmorra
anterior.
-Sé
que tengo un problema personal con el dinero, lo sé. Por alguna razón si no hay
dinero no me motivo. Pronto veré a un especialista. Yo también me alegro de que
todo se haya restaurado.
Diego
volvió a su trabajo de asistente en la lavandería y su patrón le pagaba una vez
a la semana y Lucrecia, cumpliendo fielmente su palabra, intimaba con él todos
los viernes sin excusas. Ella se veía más tranquila y confiada. A los seis
meses no sucedía lo mismo con Diego que sufría en demasía porque una vez a la
semana también era poco, muy poco, sobre todo si era un joven sano, deportista y
ardiente de veinticinco años. Va a conversar con el sacerdote otra vez. Su
patrón no le aceptó la nueva medida solicitada y se irritó con Diego, por su
absurdidad.
-Padre,
quiero confesarle algo.
-Ah,
usted es el hombre de “una vez al mes”.
-No,
padre, ahora son cuatro veces al mes. Volví con mi esposa, siguiendo su
consejo.
-Y
¿cómo ocurrió el milagro?
-Mi
suegro me paga todos los viernes, así que el viernes es el día del sexo consagrado.
-Entonces
ya no hay posibilidad de divorcio. Que bella noticia.
-Correcto,
casi todo marcha viento en popa.
-Dime,
¿en qué te puedo ayudar?
-Lo
que sucede que igual es poco.
-¿Qué
cosa es poco?
-Una
relación sexual a la semana es muy poco. Tengo 25 años y estoy lleno de fuego y
pasión, y ya empecé a mirar para el lado otra vez. Yo no podría ser sacerdote.
Tengo mucho miedo de caer. Veo un trasero hermosos y me tiento. Si peco otra
vez me van a matar. Ya me perdonaron una. Ya no soporto esta castidad de hombre
casado.
-Hijo
mío, usted está obligado a ser fiel a su esposa, y a comprender que su conducta
requiere de ayuda. Pórtese bien.
-Mi
suegro me amenazó con una paliza y me dijo que por ningún motivo me iba a pagar
todos los días. Disculpe. Nos vemos. Soy un caso perdido.
Y
Diego nunca comprendió esa singular excitación que genera el dinero, y concluyó
que era algún tipo de enfermedad grave o que simplemente muchas mujeres son
materialistas o interesadas y no lo saben, no lo aceptan. La mayoría de los
artistas más famosos son atractivos, por su maldito dinero. Las mujeres
desestiman, con todo el disimulo posible, a los pobres y a los muy feos, sobre
todo a los pobres. Un feo adinerado es éxito total, garantizado. ¿Quién
entiende a las mujeres?¿Son casi todas trepadoras?.
Fin
Del blog índice “LAS SOTANAS DE
SATÁN”.
http://lassotanasdesatan.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario